El
permanecer en mi mundo feliz solo podía durar un fin de semana, ya está. Tenía
asumido que nada iba a volver a pasar, que todo iba a volver a ser igual. Pero
no. Y eso no fue algo bueno. Solo necesitáis saber una cosa. Y es mi historia
con Pablo, así que empecemos desde el principio.
Mi
ex-novio y yo nos conocemos desde pequeños, hemos sido vecinos y muy amigos
desde siempre. Así que cuando empezamos a salir, un año antes de que me dejara,
nadie se extrañó de ello. Pero por muy amigos o novios que fuésemos, nunca
hemos llegado a ser iguales. Él era el chico que se llevaba bien con todo el
mundo, el popular, el deseado por todos. Alto, rubio, ojos de un marrón
intenso, de estos que te llegan dentro. Atento, sonriente, encantador. Mientras
estuve saliendo con él era un amor, reconozcámoslo. Venía a mi casa todas las
tardes a las siete solo para verme y estar conmigo un rato, me ayudaba si
necesitaba ayuda, me decía todo lo que necesitaba oír, me animaba, me apoyaba, era
el novio perfecto. Hasta que, de repente un día, dejó de serlo. Se empezó a
juntar con gente… especial. Y lo especial no siempre es bueno. No me preguntéis qué dijeron o qué hicieron
para cambiar a mi amigo de toda la vida, porque no lo sé y, sinceramente,
tampoco quiero saberlo. Lo único que me importa es que el chico perfecto que
tenía se convirtió, poco a poco, en alguien de quien llegué a tener miedo. Miedo de no conocerle, de no saber en qué se
había convertido, de dejar de ser mi amigo, mi Pablo. Así que si soy sincera,
que me llegara aquel mensaje no me extrañó demasiado. Aunque llorara, no lloré
porque me dejara, que también, sino porque aquella fue la señal que me dijo: ‘Lo has perdido, Alba. Para siempre’.
Vale, sé que puede sonar un poco melodramático y todo eso, pero es verdad. Una
parte pequeñita de mí siempre había pensado que aquello no duraría eternamente,
pero que mi amigo Pablo iba a estar conmigo pasase lo que pasase. Y que, el lunes en el instituto, no me
dirigiera ni siquiera una mirada cuando le pidió a Laura que le cambiase el
sitio en clase para no sentarse a mi lado, fue la mayor decepción que me he
llevado en la vida.
Y,
a pesar de todo eso, de todo lo que me había llegado a fallar, de todo lo que
me había desilusionado, yo quedé como la mala de la película. ¿Qué por qué?
Pues porque él era el popular, el majo, el simpático, el que todos querían. Yo,
al contrario, sin Pablo era una donnadie, una chica más, del montón. Alguien a
la que no importaba si hacías daño o no, total, ¿qué iba a hacer? Los amigos
especiales de Pablo eran los que manejaban el instituto, por decirlo de alguna
manera. Eran el tipo de gente al que todos quieren pertenecer. Si te metías con
alguno de ellos, el resto del mundo se te echaba encima, se abalanzaban sobre
ti. Daba igual quién fueses, cómo fueses o qué parte de razón tuvieses, siempre
acababas perdiendo. ¿Que si era justo? De ninguna forma. Pero tampoco podía
hacer nada por cambiarlo, ¿no…?
Bueno,
el caso es que hacerme la vida imposible se convirtió en la mayor atracción
turística del instituto. Nunca me ha importado demasiado lo que los demás
piensen de mí, pero convivir en un sitio en el que solo tres personas te respetan,
no es agradable. Sí, les debo todo a esas personas: Laura, obviamente, Dani y
Marco. A Laura ya la conocéis, mi mejor amiga, la que nunca me ha faltado. De
estatura media, pelo castaño claro, ojos verdes, muy inteligente. Pero a Dani y
a Marco no. Son mis mejores amigos, sí. Son esos gemelos que jugaban conmigo y
con Pablo cuando los cuatro éramos unos mocosos. Aunque seguían siendo muy
amigos de… él, nunca me fallaron, siempre estuvieron allí, para sacarme una
sonrisa. No mencionarles ahora sería una falta muy grave porque, aunque no son
muy relevantes para la historia, son dos de las tres personas que me hicieron
creer que podía seguir adelante, aunque se me cayese el mundo encima.
Así
que ahí me teníais, un lunes, en clase, recibiendo malas miradas de todos y risas
y comentarios de algunos. Pero no podía hacer nada. ¿Se considera eso maltrato,
abuso o acoso? No es demostrable. ¿Qué haces, entonces? Aguantarte. Nunca había
tenido que luchar contra algo tan grande
de lo que yo tuviera tan poca culpa. ¿Fue mi culpa que mi queridísimo novio
decidiera juntarse con otra gente? ¿Qué se volviera un completo idiota? ¿Qué me
dejase? Pues se veía que sí.
-
Albs, tranquila. – Me dijo Laura en el recreo. –
Sé que ahora no lo verás, pero lo que ellos piensen en realidad importa una
mierda. Todos saben que es una tontería
y que no deberían hacer esto, que no les incumbe.
-
Entonces dime tú por qué lo hacen. Por qué no
puedo andar tranquilamente por aquí sin que nadie me dirija una sola mirada de
asco. Por qué no puedo pasar delante de un grupo de gente sin que todos se
callen de repente. Por qué nada es como antes.
-
Porque necesitan meter miedo. Tengo la teoría de
que cada ‘x’ tiempo tienen que hacer ver al resto de los mortales que son
claramente superiores y que por eso, de alguna manera, mandan. ¿Cómo hacerlo?
Pues como están haciendo contigo. Consiguiendo que un grupo pequeño les siga.
Por miedo a que les pase también a ellos, el resto hará lo mismo, aunque
piensen diferente. Pero tienes que demostrar que eres fuerte, porque siempre
vana por el más débil.
-
¿De verdad crees que son tan crueles? Me refiero
a que, por mucho que me esfuerce, a mí no se me ocurriría una cosa como esa.
-
¿Sabes qué? A lo mejor no lo hacen a posta de
verdad, pero no me extrañaría. Además, sabes que Alicia te tiene unas ganas
terribles desde siempre por Pablo. Le gusta desde el primer día que le vio. Lo
sabes.
Vale, aquí hay que hacer una aclaración. Alicia, la más
especial de los amigos de Pablo. Era, por decirlo de alguna forma, lo más de lo
más: guapa, alta, rubia, pelo largo, ojos marrones claros, inteligente, popular.
Podía tener a todo aquel que quisiera comiendo de su mano en un abrir y cerrar
de ojos. ¿Pero qué le faltaba? A mi chico. ¿Que por qué al mío? Cosas del
destino, nunca se sabe. Pero desde que empecé a salir con Pablo no ha dejado de
intentar acercarse más y más a él. Primero metiéndolo en su grupo, luego
separándolo de mí… Y ahora ridiculizándome. No me entendáis mal. Yo no tenía
nada en contra suya, hasta que empezó a hacerme la vida imposible. Entonces ya
sí.
Pero bueno, os lo creáis o no, conseguí salir de aquel espantoso sitio aquel
lunes sin sufrir ningún daño físico. Pero no todo acabó ahí. Al salir de aquel
infernal lugar llamado instituto, me dirigí directamente a cruzar la calle, a
irme a mi casa, corriendo. Pero antes de que pudiera siquiera poner un pie
fuera de la valla…
-
¿Alba? – Me giré para ver quién podía ser. Y ¡oh
sorpresa!
-
¡¿Adri?! – Asintió. Me dirigí hacia él y le
abracé. Su abrazo fue lo mejor del día.
-
No sabía que vinieses a este instituto. – Dijo una
vez que le solté.
-
Ni yo que tú también, no me sonabas de nada
cuando te vi en la cafetería. – Y en ese momento pensé que si Adrián iba a mí instituto sabría todo lo que se decía de
mí por allí… Oh, no.
-
Es que yo no vengo aquí. – Se rio. Suspiré del
alivio en aquel momento. – Estudio en la Academia de Bellas Artes.
-
¡Oh, Dios! ¡Eso tiene que ser genial!
-
La verdad es que sí. – Me sonrió. Sé que puedo
parecer muy pesada, pero su sonrisa enamora. Lo prometo.
-
Pero, entonces… ¿qué haces aquí?
-
Vengo a recoger a mi vecina. Su madre no puede
venir hoy y le ha pedido a la mía que se pasase por aquí de la que venía de
recogerme a mí de la Academia.
-
Ah… ¿Y quién es tu vecina?
-
Probablemente la conozcas. ¡Mira viene por ahí! –
Y saludó a alguien detrás de mí.
Pelea de gatasss jajaajaja. Que corra la sangreee
ResponderEliminarJajaja
Que mona alba cuando abraza a adri <333
Tu fan numero 1 quiere el siguiente capotulo
¿Mi fan número uno es consciente de que parece que hablo sola? Jajajajaja
EliminarVenga ya esta historia es genial! Sigo esperando el capítulo 5....:):)
ResponderEliminar