jueves, 27 de diciembre de 2012

CAPÍTULO NUEVE - Lucha por ser tú


Creo que si tuviera que decidir un día clave en mi vida, sería el viernes siguiente. No parecía un día demasiado especial. Viernes, punto. Había llamado a Adri el día anterior, no había parado de mandarme mensajes diciendo que tenía que enseñarme algo, que quería verme sonreír, que lo necesitaba y demás tonterías que se le iban pasando por la cabeza. Era un encanto de chico, en serio. Y, obviamente yo estaba deseando verle. Así que quedamos en que el viernes fuera a la cafetería y que cuando él saliese me llevaba un rato al teatro viejo. Y así fue.
Entré en la cafetería. En la calle hacía frío, mucho frío, así que fui a pedir un café para pasar el rato. Adri estaba en el mismo puesto que el viernes anterior, tomando nota de lo que la gente pedía. Al verme sonrío.

-    Buenas tardes.

-    Buenas tardes.

-    ¿Qué va a tomar? – Preguntó sin dejar de sonreír.

-    Un café con leche, por favor.

-    ¿Tamaño?

- Pues depende de lo que tenga que esperar… – Me miró, sonriendo aún más.

- Pequeño, entonces. –Dijo al rato.

- Mejor. – Sonreí lo mejor que pude. Fui a pagar, pero me paró.

- A las sonrisas preciosas que me esperan las invito yo. – Dijo guiñándome un ojo mientras sacaba el dinero de su bolsillo y lo metía en la caja.

- Gracias.

- Es lo menos que podía hacer. – Miró su reloj. Hice lo propio con el mío: siete menos cuarto. – Dame quince minutos y estoy contigo, ¿sí?

- Por supuesto.

Recogí mi café al otro lado de la barra y me senté en la misma mesa que la semana anterior. Saqué mi móvil y pensé en hablar con Laura, pero entonces me acordé que en ese momento estaría con Dani. Qué monos eran. Llevaban esos tres días sin separarse el uno del otro, dedicándose sonrisas y miradas por todos lados. Me encantaba verlos así, eran dos de mis mejores amigos de siempre y no podían estar más felices. Además, en cierto modo me recordaban a mí y a Pablo cuando empecemos a salir. Por mucho daño que Pablo me hubiera podido hacer he de reconocer que recordar los buenos ratos que había pasado con él siempre me ha hecho sonreír.

Pensando en Dani, Laura y Pablo me acordé de que hacía mucho que no hablaba con Marco, el gemelo de Dani. Así que le mandé un << Marquito :) >> por WhatsApp. A los pocos segundos me llegó un << Enana ;) >>. No pude evitar reírme. Todavía podía ver a Marco llamándome “Enana” con tan solo cinco añitos recién cumplidos ya que yo todavía no los tenía. Y aunque desde entonces solo me llama así, todavía me hace gracia recordar a ese mico de cinco años diciendo “ENANAAAAA” mientras me sacaba la lengua. << Estás desaparecido, ¿dónde te metes últimamente? >> respondí. << Por ahí, ya sabes, evitándote jajaja >> me dijo. Siempre me vacilaba. << Tú eres tonto jaja>> le contesté. << No, ahora en serio, evitando a mi hermano y a Lau, y como tú vas siempre con ellos… >>. << ¿Y eso de que les evitas? >>. <<Les quiero mucho y todo eso, sí, pero tanto amor ya me puede. >>. << ¡Pero si son súper cucos! Jaja >>. << Tu solo les aguantas en el instituto. Yo comparto habitación con Don Melosidad. No digo más jajaja >>. << Poooobre, con lo feliz que es él jajaja >>. <<Lo sé, créeme… >>. <<Habrá que verte a ti enamorado… >>. << No sería ni la mitad de pegajoso-meloso ;) >>. << Eso dices ahora jajaja>>. Miré el reloj: seis y cincuenta y ocho. Vi a Adri saliendo del mostrador, despidiéndose de alguien. <<Bueno, Marquito, tengo que irme. >>. << ¿Ya? A ver si la que me evitas vas a ser tú… >>. << Jajaja yo nuuuuuunca. Hablamos luego, ¿vale? Te quiero,  loco. >> me despedí.

- ¿Estás ya? – Me preguntó Adri al llegar a la mesa. <<Te quiero, enana ;) >>.

- Sí. – Le sonreí, bloqueé el móvil y me puse el abrigo.

- Pues vamos. – Me tendió la mano, y yo se la cogí.

Salimos a la calle. Ya había oscurecido del todo, y hacía más frío que antes. ¿Era eso posible en quince minutos? A mí me pareció que sí. A lo mejor era el nerviosismo que tenía por estar con Adrián, por mucha tranquilidad que él me transmitiera. Metí la mano que no sujetaba a Adri en el bolsillo de mi abrigo para evitar que se me congelase. Cogí aire, lo solté. Una nubecilla de vaho salió de mi boca.

- ¿Te puedo preguntar una cosa? – Me preguntó al rato, sin soltarme la mano y sin parar de caminar. Le miré, pero sus ojos miraban al suelo.

- Claro. – Bajé la mirada también.

- ¿Qué es lo que más te gusta hacer en el mundo? Lo que no dejarías de hacer por nada ni por nadie. – Cogí aire, lo solté. Otra nubecilla de vaho. Pensé en la pregunta. En realidad nunca había pensado que hubiera algo que me gustase tanto como para no dejar de hacerlo nunca. Me costó encontrar la respuesta, pero no era tan difícil.

- Escribir. – Levantó la cabeza y me miró.

- ¿Escribir?

- Sí, escribir. Supongo que para mí escribir es como para ti la música, es lo que soy, no puedo evitarlo.

- ¿Como para mí la música? ¿Cómo sabes tú lo que significa la música para mí? – Se rio, volvió a mirar al suelo y me acarició la palma de la mano con el pulgar, suavemente.

- Me cantaste el sábado, ¿no te acuerdas?

- Cómo olvidarlo… – Pude ver que sonreía al suelo.

- Pues cuando cantas te brillan los ojos, te olvidas de todo, transmites todo lo que quieres y más, es impresionante. Eres tú, punto. A mí me pasa lo mismo cuando escribo. Es raro, siento como… que tengo…

- Poder suficiente como para controlar lo que quieras, – me cortó – porque sabes que te van a escuchar. Sabes que es la única forma de que te escuchen.

- ¿Ves? Lo mismo que a ti con la música.

- Sí… ¿Y qué escribes?

- No mucho, y nada bueno, la verdad. Pero sobretodo artículos de prensa, supongo.

- ¿Supones? – Se rio.

- Sí, no sé. Es decir, es lo que más me gusta. – Volví a coger aire. Lo solté. Una nubecilla más. – Quiero ser periodista algún día, ¿sabes? – Todavía, a día de hoy, no sé por qué le dije aquello.

- ¿Sí?

- Sí. Me encanta. Sobre todo el periodismo de investigación. Tiene que ser genial.

- Lo conseguirás.

- ¿Qué?

- Lo serás. Alguien con una decisión como la tuya no puede no conseguir lo que se propone, sería injusto.

- Pero la vida no es justa. Nunca lo ha sido y nunca lo será.

- Eso es un poco… dramático, ¿no te parece?

- Es la verdad…

- No creo.

- ¿Y tú qué crees entonces?

- Que todo lo que pasa lo hace por algo. Nada sucede en vano, y cada uno tiene lo que se merece. ­– Me apretó un poco la mano y me miró. – Tú mereces cumplir tus sueños, y lo vas a hacer, créeme. – Volvió a bajar la mirada.

- ¿Y tú? – Conseguí preguntar al rato.

- ¿Yo qué?

- ¿Cuál es tu sueño? Me imagino que aquello que no dejarías de hacer por nada del mundo es la música, pero ¿qué sueñas hacer con ella? – Miró al frente, y esta vez fue él quien soltó una nubecilla de vaho.

- Ser feliz, ¿vale eso? – Me reí.

- Todos queremos ser felices, la diferencia es el cómo. ¿Cómo quieres serlo tú? – Otra nubecilla más.

- Te va a parecer una tontería, pero me encantaría ser cantante, tener una carrera musical, vivir de lo que me gusta de verdad.

- No es una tontería… – Me giré hacia él, pero seguía mirando al suelo.

- Pero sí que es imposible…

- No. – Me paré y le obligué a ello con un tirón de la mano. – Mírame. – Lo hizo. Entonces me di cuenta de que estaba a punto de llorar. – ¿Qué pasa?

- Nada, en serio.

- Adri…

- Es que nunca hablo de esto con nadie que no sean o Pau o Lu…

- ¿Pau? ¿Lu?

- Sí. Paula es mi hermana y Lucía mi mejor amiga. Ahora mismo están en el teatro, te van a caer genial. – Sonrió. – El caso es que se me hace extraño hablar de esto con alguien que no sea alguna de ellas…

- ¿Por qué? Es decir, si quieres contármelo. – Miré sus ojos azules. Estaba conteniendo las lágrimas.

- Claro, está bien saber que puedo confiar en alguien más. – Sonrió. Ay, si es que su sonrisa era adorable. – Solo que me es difícil… A ver… mi padre… – otra nubecilla – mi padre murió cuando Paula y yo teníamos apenas dos años, no tengo ningún recuerdo de él. – Otra nubecilla. – Desde entonces mi madre se ha ocupado de nosotros, ella sola, trabajando todo lo que puede en el negocio familiar: la cafetería. Todo lo que ha dado por nosotros es… increíble. Le debo la vida, ¿sabes? – Iba a llorar. Le solté la mano y le abracé.

- No tienes que hablar de esto, de verdad.

- No, tranquila, está bien. – Me separé de él y metí mis manos en los bolsillos. – El caso es que – continuó – se supone que yo tengo que seguir con la tradición familiar y quedarme con la cafetería. Si le digo que en realidad no quiero hacerlo… no me iba a prohibir nada, pero sería como despreciar todo su trabajo. Además, mi padre era músico. Decirle que dejo todo lo que ella ha hecho por mí para ser músico, la destrozaría, serían demasiados recuerdos. No puedo hacerlo…

- Pero es tu futuro, tu vida. Tienes que luchar por lo que quieres, tienes que ser feliz. Te lo mereces, todo el mundo se lo merece. Tu madre entenderá que lo necesitas.

- No sé… – Bajó la mi rada otra vez

- Escucha, – Le cogí la cara con las manos y le obligué a mirarme. Agh, sus ojos me podían. – lucha por ser tú. Es lo más importante. Además, ¿por qué ibas a estar estudiando en la Academia de Bellas Artes?

- Porque ya hice el bachillerato de ciencias sociales. Lo de la Academia es un favor que le he pedido a cambio de meterme a la carrera de Hostelería cuando termine. Ella ha aceptado porque sabe que me gusta, que es lo mío. Ya te he dicho que no me iba a negar nada… pero yo sé que la desilusionaría. Y por eso solo hablo de esto con Pau y Lu. Son las únicas personas que me conocen lo suficiente para saber qué me pasa y no poder ocultárselo. – Me quedé mirando sus ojos azules mientras me sonreía, hasta que no pude aguantar más y le volví abrazar.

- Gracias. – Le susurré mientras le abrazaba.

- ¿Por qué? – Me preguntó medio riéndose, pero sin soltarme.

- Por contarme esto. – Me separé y le miré. – Por confiar en mí de esta manera, no tenías por qué.

- Es que eres alguien especial. – Miré al suelo sonrojada. – Bueno, se nos va a hacer tarde, ¿volvemos a andar? – Levanté la cabeza y vi que me volvía a tender la mano. Saqué la mía del bolsillo y se la di.

Y empezamos a andar de nuevo. De camino al teatro estuve pensando en todo lo que me había contando y lo bien que llevaba todo. Si mi padre hubiera muerto cuando yo era pequeña… no,  no podía pensar en eso. Adrián era muy fuerte, yo no tanto. Le apreté la mano, sin querer, en un acto reflejo. Me miró y me sonrió con aquella sonrisa que tanto me enamoraba.

miércoles, 26 de diciembre de 2012

CAPÍTULO OCHO – Todo el mundo merece ser feliz

¿Alguna vez os habéis preguntado cómo, por qué y, sobretodo, cuándo habéis llegado a donde estáis ahora? Probablemente vuestra respuesta sea “sí, claro que sí”. La mía era “constantemente”. Habían pasado muchas cosas en poco tiempo. ¿Podría asimilarlas? Esa era la cuestión: siempre me había costado asimilar las cosas. Probablemente me diera miedo lo desconocido o simplemente no quería cambiar, pero el caso es que me gustaba todo tal y como estaba. ¿Tan difícil es eso de entender? Pero por injusto que sea, el noventa y nueve por ciento de las cosas que pasan no dependen de uno mismo, es algo ajeno a cualquier persona. Sinceramente, el querer cambiar las cosas que han pasado me parece una tontería. Ahora. La verdad, un poco tarde. Antes, por desgracia, no pensaba así. Os aseguro que hubiera vivido un poquito más feliz de haberlo hecho pero, ¿qué se le va a hacer? Lo hecho, hecho está, eso es a lo que me refiero.

Sin embargo, cuando llegué aquel día a mi casa no pude parar de pensar en Pablo. ¿Por qué? ¿De verdad se arrepentía? ¿Puede alguien cambiar tan rápidamente de opinión? Bueno, él ya lo había hecho antes, eso era verdad, pero precisamente eso era lo que no me dejaba fiarme de él. En mi cabeza había dos vocecillas que se peleaban. Una decía: “dale una oportunidad, es tu amigo, siempre lo ha sido”. La otra en cambio proponía: “ya te la ha jugado, Alba, no seas tonta, lo va a volver a hacer”. ¿A cuál de las dos tenía que escuchar? No tenía ni idea. Con dieciséis años una persona no tiene esa capacidad de decisión. De momento, lo único que sabía es que estaba sola. Es decir, sí, tenía a mis amigos, pero ninguno de ellos podía decirme qué estaba bien o qué no, ninguno podía asegurarme que Pablo no me fuese a volver a fallar. De todas formas sabía que por muchas vueltas que le diera, nunca iba a llegar a estar segura de nada. Por eso cogí mis cascos y puse música, a todo volumen, como me gusta a mí.

“Boulevard of broken dreams” – Green day.

Astronaut” – Simple Plan.

“Yesterday” The Beatles.

“My happy ending” – Avril Lavigne.

Parecía que el universo había decidido ponerse en mi contra poniendo en mi modo aleatorio de canciones aquellas más apropiadas para mi situación. Y cuando digo apropiadas quiero decir totalmente inapropiadas, claro está. Paré la música justo cuando Avril Lavigne decía: “It’s nice to know we had it all, thanks for watching as I fall, letting me know we were done…”. Eso ya era demasiado. Me levanté y me fui a la cocina: necesitaba chocolate. ¿Nunca habéis necesitado chocolate? Para mí el chocolate es uno de los mayores placeres de la vida, me hace olvidarme de todo, me relaja, me hace volver a ser yo. Es genial, así de simple.

Hay cosas que no se pueden describir. Una de ellas es el sabor del chocolate, la sensación que te provoca. Intentadlo. Es sencillamente imposible. Pero las cosas buenas son aquellas que no se pueden describir, como el chocolate, tu canción favorita o la sonrisa perfecta. Como la de Adrián. ¿Por qué siempre acabo pensando en él? El caso es que aquella tarde no me dio tiempo a coger el chocolate que necesitaba.

“¿Qué te he hecho, Universo? En serio, ¿por qué yo?” fue lo único que pude pensar cuando llamaron a la puerta. Pero la cara me cambió un poquito cuando vi que el que llamaba era Dani, que venía a hacer el trabajo. ¿Ya eran las seis? El pensar tanto no era bueno. Le abrí la puerta.

- Heeeeeey. – Le dije al verle. Tenía una sonrisa enorme en la cara. Me pegó el abrazo del siglo y me levantó del suelo. – ¿Dani? – Me reí. – Yo también te quiero mucho, pero…  ¿hola? ¿Qué pasa?

- Digamos que… he hablado con Laura. – ¡Mierda! Era verdad, se me había olvidado.

- ¡NO TE CREO! Pasa y me cuentas ya, venga. – Le cogí de la mano y le arrastré dentro. Se rió. Cerré la puerta.

Bueno, tampoco creo que haya mucho que contar, ¿no?

- ¡¿Cómo que no?!

- No sé, a ver… Pues al final conseguí pillarla en la esquina del cine. Me dijo que tenía prisa para hacer no-sé-qué cosa con su hermano, así que le dije que entonces la acompañaba a casa, que tenía que hablar con ella. Me miró extraña pero asintió y dijo que vale.

- Dani, amor, concéntrate, al grano.

Vale, vale, perdona. El caso es que le empecé a decir todo lo que sentía por ella. Pero todo, TODO.

¿Y…?

Y de repente se paró y se puso delante de mí. Me miró a los ojos, estaba a punto de llorar. Y lo siguiente que recuerdo es estar besándola. En serio, ha sido alucinante, pequeña. Luego me dijo que a ella también le llevaba gustando bastante tiempo y que… – Paró de hablar y me miró fijamente – Espera un momento, es tu mejor amiga… ¡Tú lo sabías! ¡Tú sabías todo! – Me reí a más no poder.

Claro que yo lo sabía, tonto. Si no hubiera estado segura de que tú le gustabas, ¿crees que te hubiera apoyado tanto con ella? – Seguí riéndome.

Me lo podrías haber dicho, ¿no? Llevo años con esto dentro de mí, podrías haberme dicho algo.

¿Te hubiera gustado que se lo dijese a ella? – No dijo nada. – Pues eso. Además en estas cosas es mejor que no se metan terceros, aunque ambos me adoréis. – Le sonreí.

Eres odiosa. –Me dijo mientras me daba un abrazo.

Soy odiosamente adorable. – Me reí. – Bueno, creo que tenemos un trabajillo que hacer.

Aghh, cierto.

Y nos pusimos a trabajar. Creo que hay pocas veces en mi vida que me he sentido tan bien: me había dado cuenta de que no importaba lo mal que me fueran las cosas. Dani había luchado mucho por ser feliz, y al final lo había conseguido. Era reconfortante saber que todo merece la pena porque todo el mundo merece ser feliz. Y nos guste o no, hay que luchar por ello. La felicidad hay que ganársela. Y no es fácil, nunca es fácil.