¿Sabéis esos días en los que estás tan feliz que nadie puede
hacer nada para evitarlo? El martes parecía ser uno de ellos. Hablar con Adrián
la noche anterior me hizo darme cuenta de que nada importa lo suficiente como
para preocuparse demasiado. Me explico. Adri me había demostrado que nadie a
quien le importase un poco iba a cambiar por nada que dijeran. Me había ayudado a ver la parte buena de todo
esto. Ahora sabía quiénes eran mis amigos de verdad, los que iban a estar allí
pasase lo que pasase. Ya sabía en quién confiar. Y en quién no. Pablo, por
ejemplo. No es que hubiese hecho nada malo, nadie le puede obligar a estar
conmigo. Pero podría haber desmentido todo lo que se decía. Podría haber
seguido siendo mi amigo. Pero su orgullo le impedía hacerlo. Igual que le
impedía meterse conmigo o hacerme daño de una forma directa. Era, de alguna
manera, imparcial. Aunque en realidad había sido la causa de todo. Pero aunque
perder a mi mejor amigo de toda la vida era lo que más me dolió de todo, lo
asumí como una forma de ver la verdad. Ahora sabía que Laura, Dani y Marco eran
mis amigos, mis verdaderos amigos. Los que iban a estar siempre conmigo. Les
debo la vida, si os soy sincera. Y os juro, que aprendí más de aquella mala
experiencia que de todo lo que había vivido anteriormente. Así que llegué el
martes a clase haciendo caso omiso a todas las miradas, susurros, gestos y
demás, decidida a ser alguien diferente. Alguien a quien no le importen las
tonterías. Pero eso es difícil cuando las tonterías no hacen más que
molestarte.
-
Te llamó, ¿verdad? – Me preguntó Alicia nada más
sentarme en mi sitio.
-
¿Sabes qué? Que no te importa.
-
Ah, no. Te equivocas. Me importa, me importa
mucho. No voy a permitir que hagas lo mismo que con Pablo. – Esto ya era
demasiado.
-
Espera, creo que me he perdido… ¿Qué se supone
que he hecho con Pablo? Porque lo sabe todo el mundo menos yo, parece ser.
-
¿Qué qué has hecho con él? No te lo voy a
explicar ahora, mon amour. Pero deberías saberlo.
Piensa un poquito.
-
Pues resulta que me he vuelto tonta de repente.
Así que, ilumíneme, alteza.
-
Aghh. Me pones de los nervios. ¿Quieres saber qué
has hecho? Desperdiciarle, controlarle, privarle. Sé que le prohibías ir con nosotros.
Le diste a elegir. Y eligió bien.
-
Tú eres… Bueno, que no voy a discutir contigo,
Alicia. Pero yo creo que Adri es mayorcito para saber a quién llama y a quién
no. Cómprate una vida y deja la mía en paz de una vez, ¿quieres?
-
¿Adri? ¿Le llamas, Adri? Patético… - Y se fue.
Pero como me propuse que no me afectara nada, respiré hondo
tres veces y me tranquilicé. El resto del día fue normal, si obviamos las
miradas, susurros y comentarios que ignoré lo mejor que pude. Pero el día me
traía más sorpresas.
-
¡Eh! ¿Qué tal pequeña? – Me dijo una voz detrás
de mí al salir de clase. La reconocí al instante y me giré con una sonrisa.
-
¡Dani! No te he visto en todo el día y mira que
vas a mi clase, listo. Bueno, a Marco tampoco… ¿dónde estabais?
-
Ehmmm… con…
-
Pablo, ¿verdad? – Le corté.
-
Sí…
-
Tranquilo, no puedo prohibiros que le veáis.
Sigue siendo vuestro amigo, es normal.
-
Pero lo que te ha hecho está muy mal. No te
mereces esto, pequeña. – Vale, tengo que decir que a Dani y Marco les gusta
recordarme que soy un día más pequeña que ellos. Y por eso Dani me llama
siempre “pequeña” y Marco “enana”. – Hemos hablado con él pero no hace nada más
que darnos la razón y negarse a venir a hablar contigo. No hay quien le
entienda.
-
¿Me crees si te digo que yo sí le entiendo?
-
Sí. Eres la única que le entiende, pero eso no
es nada nuevo. – Nos reímos. – Eh, una cosa, ¿has visto a Laura?
-
Sí, se ha ido ya, tenía prisa, ¿por?
-
Ya sabes. – Me guiñó un ojo. Sí, sabía. Pero no
me lo creía. Dani llevaba colgado por Laura dese… ¿siempre? Pero nunca se había
decidido a hacer nada…
-
¿En serio?
-
No. – Nos reímos. – Es broma, pero para eso
tengo que alcanzarla ya. Te veo luego para hacer el trabajo, ¿no?
-
Claro. A las seis en mi casa y me cuentas, ¿eh? –
Se fue corriendo. Qué mono. – ¡Suerte! – Le grité mientras corría. Y llegó la
sorpresa.
-
Alba, ¿podemos hablar un minuto? – Mi giré y le
miré, sin disimular mi sorpresa. – Por favor.
-
¿Qué quieres, Pablo? – Pronuncié su nombre con
la mayor indiferencia que pude simular en aquel momento.
-
Volver. – Nada
de lo que hubiese dicho hubiese cambiado mi día feliz. Excepto eso. Porque,
aunque Sol siempre acaba saliendo, hay veces que llega un tornado que te
descoloca todo. Y tu mundo empieza a girar muy rápido, como una peonza que no
sabes parar.